Pequeña… Pequeña y nueva… o antigua, según se mire.
Azul. Y crema. Y blanca. Y púrpura. Y letras negras.
Ha costado mucho esfuerzo, y dinero, por qué no decirlo. Pero es bonita. Y acogedora. Y mía.
Aunque he de admitir que la primera vez que la vi… la primera vez que la vi, era oscura, y vieja, y solitaria, y triste. Pobre. A lo mejor es que la vi un mal día.
Pero entonces… ¡zas! Un brochazo… y otro… y otro… y mejor cambio a un rodillo que si no, se me duerme la mano. Ahora todo avanza más deprisa. Azul. Como el cielo. Un poco más oscuro. Como el mar. Un poco menos verde. Azul. Indescriptible azul.
Blanco, para el techo. Como las nubes o una hoja de papel sin escribir. Más blanco. Como la mente en un examen. Como la luz. Blanco nuevo.
No es crema. Es Casablanca. ¿Casablanca? De nuevo, no hay palabras. Es… es… como si a amarillo, le echas blanco… pero más dulce… más elegante. Sin palabras. Casablanca.
Y, de repente. Cae el bote al suelo. Como la sangre, la pintura se derrama dejando su huella sobre a moqueta. Menos mal que la íbamos a quitar,la moqueta, digo. La pintura, blanca. La moqueta, roja. Vaya espectáculo. Es evidente que la pintura blanca no ha podido sucumbir al…
Púrpura. No granate, ni morado, ni violeta. Sólo púrpura. Como las uvas de los cuentos. Más claro que el vino, pero más oscuro que un lirio, y más rojizo. Un púrpura casi color de vino…
Entras a la casa y te vuelves púrpura. Si miras a la derecha eres azulejo blanco con adornos años 60. Suerte que al entrar, una brisa azul con tonos casablanca te acoge. Y ahí, entre el cielo y las nubes, te sientas a leer la pared blanca. Blanca con letras. Pero blanca en el fondo.
jueves, octubre 8
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